¿No corren las lágrimas por las mejillas de la viuda y su clamor no acusa al que las hace derramar?
El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las nubes.
La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela hasta quebrar el poderío de los despiadados y dar su merecido a las naciones; hasta extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los hombres según sus intenciones;
Sal 33
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
2Tim 4, 6-8. 16-18
Querido hermano, yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi partida se aproxima: he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta! Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Lc 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba en voz baja: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
Eclesiástico (Sirácida) 35, 15-17. 20-22
Este pasaje del Antiguo Testamento habla sobre la justicia de Dios y su especial atención hacia los más vulnerables. Nos enseña que Dios no ignora las súplicas de los oprimidos, como el huérfano, la viuda o el pobre. Sus oraciones son escuchadas con prontitud y "atraviesan las nubes", llegando directamente a Dios, quien no descansará hasta hacerles justicia.
En resumen, es un mensaje de esperanza en la justicia divina, asegurando que Dios es un juez imparcial que atiende al clamor del humilde y del que sufre.
Salmo 33
El Salmo 33 es un canto de alabanza y confianza en Dios. El salmista invita a los justos a aclamar al Señor, recordando su poder creador y su fidelidad. Un verso clave de este salmo es: "El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos".
Este salmo refuerza el mensaje del Eclesiástico: Dios es un refugio seguro para quienes confían en Él, especialmente para aquellos que tienen el "corazón quebrantado" y el "espíritu abatido". Es una afirmación de que la cercanía y la salvación de Dios están con quienes lo buscan con un corazón sincero.
2 Timoteo 4, 6-8. 16-18
Esta es una carta muy personal y conmovedora del apóstol Pablo, escrita al final de su vida. Pablo se presenta como alguien que ha "combatido el buen combate" y ha "mantenido la fe". A pesar de sentirse abandonado por los hombres en su defensa, afirma con total seguridad que "el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas".
El mensaje central es la fidelidad inquebrantable de Dios y la recompensa celestial que espera a quienes perseveran en la fe. Aunque los demás nos fallen, Dios permanece fiel y nos librará de todo mal, llevándonos a su Reino. Es un testimonio de fe vivida hasta las últimas consecuencias.
Lucas 18, 9-14
Este pasaje contiene la famosa parábola del fariseo y el publicano. Jesús la cuenta para advertir a aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás.
El fariseo, de pie y orgulloso, presume ante Dios de sus propias virtudes y méritos.
El publicano (un recaudador de impuestos, considerado pecador público), se queda atrás, no se atreve a levantar los ojos al cielo y, golpeándose el pecho, dice: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador".
Jesús concluye que el publicano "bajó a su casa justificado" (perdonado y en paz con Dios), y el fariseo no. La enseñanza es clara: "el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Dios acoge la oración del pecador arrepentido y rechaza la del soberbio que confía en sus propias obras.
Significado en Conjunto
Al leer estas cuatro escrituras juntas, emerge un mensaje poderoso y coherente sobre la relación del ser humano con Dios, centrado en la humildad y la confianza.
El hilo conductor es que Dios escucha y responde a la oración del corazón humilde y contrito, mientras que rechaza la soberbia del que se cree autosuficiente.
El Eclesiástico y el Salmo 33 establecen el principio fundamental: Dios está del lado del oprimido, del afligido, del que reconoce su necesidad. Su justicia y su salvación son para ellos.
La parábola de Lucas ilustra este principio de manera perfecta a través de dos actitudes opuestas en la oración: la arrogancia del fariseo frente a la humildad del publicano. El resultado confirma quién es el que verdaderamente agrada a Dios.
Finalmente, la carta de San Pablo a Timoteo ofrece el testimonio de una vida que ha encarnado esta verdad. Pablo, al final de sus días, no confía en sus logros, sino en la fidelidad del Señor que nunca lo abandonó. Su "corona de justicia" no es un premio a su perfección, sino un don de Dios a su fe perseverante.
En conjunto, estas lecturas nos invitan a examinarnos a nosotros mismos: ¿Nos acercamos a Dios con orgullo, confiando en nuestros propios méritos, o lo hacemos con un corazón humilde, reconociendo nuestra total dependencia de su misericordia y su gracia? La respuesta a esta pregunta determina la eficacia de nuestra oración y nuestra relación con Él.