El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de él. Y uno gritaba hacia el otro: “¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria”. Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señorde los ejércitos!”. Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”.
Sal 137
Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste.
1Cor 15, 1-11
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano. Les he transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.
Lc 5, 1-11
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres». Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Isaías 6, 1-2. 3-8: La santidad de Dios y el llamado profético
Esta visión de Isaías nos muestra la majestuosidad y santidad de Dios. Los serafines, criaturas celestiales, proclaman la santidad de Dios, llenando el templo con su gloria. Ante esta visión, Isaías se siente abrumado por su propia pecaminosidad, pero un serafín purifica sus labios con un carbón ardiente, simbolizando el perdón y la purificación divina. Luego, Isaías responde al llamado de Dios: "Aquí estoy, Señor, ¡envíame a mí!". Esta sección nos habla de la santidad de Dios, la necesidad de purificación y la disposición a responder al llamado divino.
Salmo 137: Lamento y esperanza en el exilio
Este salmo expresa el dolor y la nostalgia del pueblo de Israel durante su exilio en Babilonia. Recuerdan con tristeza su tierra y su templo destruido, y expresan su anhelo de regresar a Jerusalén. A pesar de su dolor, el salmo termina con una expresión de esperanza en la restauración futura. Este salmo nos habla del sufrimiento, la pérdida, pero también de la esperanza y la fidelidad a la propia identidad y tradiciones en tiempos de adversidad.
1 Corintios 15, 1-11: La resurrección de Cristo y la fe
Pablo nos habla de la resurrección de Cristo, fundamento de la fe cristiana. Presenta el testimonio de testigos que vieron a Jesús resucitado, incluyendo su propio encuentro con Cristo en el camino a Damasco. Pablo enfatiza que la resurrección de Cristo es esencial para nuestra propia resurrección y nuestra fe. Esta sección nos habla de la centralidad de la resurrección de Cristo, la importancia del testimonio y la fe como respuesta a la gracia divina.
Lucas 5, 1-11: La pesca milagrosa y el llamado a seguir a Jesús
Jesús realiza una pesca milagrosa en el lago de Genesaret, mostrando su poder divino. Pedro, al ver el milagro, reconoce su propia pecaminosidad y se siente indigno de estar ante Jesús. Sin embargo, Jesús lo llama a él y a sus compañeros a ser "pescadores de hombres". Esta sección nos habla del poder de Jesús, la conciencia de la propia indignidad ante la divinidad y el llamado a seguir a Jesús y a participar en su misión.
Significado en conjunto
Estas cuatro lecturas, tomadas en conjunto, nos ofrecen una visión completa de la relación entre Dios y la humanidad. Dios se revela en su santidad y majestad, llamando a personas a servirle. La respuesta del ser humano debe ser de humildad, reconocimiento de la propia pecaminosidad y disposición a seguir el llamado divino. La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y esperanza, y nos impulsa a compartir el mensaje de salvación con otros.