Hermanos, ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando. Este espectáculo era tan terrible, que Moisés exclamó: Estoy aterrado y tiemblo. Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.
Sal 47
Recordamos, Señor, tu gran amor.
Grande es el Señor
y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios.
Su monte santo,
altura hermosa,
es la alegría de toda la tierra.
Recordamos, Señor,
tu gran amor.
El monte Sión,
en el extremo norte,
es la ciudad del rey supremo.
Entre sus baluartes
ha surgido Dios como una
fortaleza inexpugnable.
Recordamos, Señor,
tu gran amor.
Lo que habíamos oído,
lo hemos visto en la ciudad
del Dios de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios,
fundada para siempre
por Dios mismo.
Recordamos, Señor,
tu gran amor.
Recordamos, Señor,
tu gran amor
en medio de tu templo.
Tu renombre, Señor,
y tu alabanza
llenan el mundo entero.
Recordamos, Señor,
tu gran amor.
Mc 6, 7-13
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Mc 6, 7-13
En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.