LUNES 15

1Tim 2, 1-8
Querido hermano, ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos. Este es el testimonio que él dio a su debido tiempo, y del cual fui constituido heraldo y Apóstol para enseñar a los paganos la verdadera fe. Digo la verdad, y no miento.
Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones.


Sal 27
  Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante. 
Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo mis manos hacia tu santuario. 
  Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante. 
El Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confía mi corazón; me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido. 
  Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante. 
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y llévalos siempre. 
  Bendito el Señor que escuchó mi voz suplicante.


Jn 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.