Su descendencia será conocida entre las naciones, y sus vástagos, en medio de los pueblos: todos los que los vean, reconocerán que son la estirpe bendecida por el Señor.
Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Sal (Lc 1)
Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre.
Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo
en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos
en la humildad de su esclava.
Ha hecho en mí grandes
cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre.
Desde ahora me llamarán
dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho
en mí grandes cosas
el que todo lo puede.
Santo es su nombre.
Y su misericordia llega
de generación en generación
a los que lo temen.
Ha hecho en mí grandes
cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre.
Ha hecho sentir el poder
de su brazo: dispersó
a los de corazón altanero.
Destronó a los potentados
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó
de bienes y a los ricos
los despidió sin nada.
Ha hecho en mí grandes
cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre.
Acordándose
de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su
siervo, como lo había prometido
a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia,
para siempre.
Ha hecho en mí grandes
cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre.
Hch 1, 12-14
Los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Lc 1, 26-38
En aquel tiempo, En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.