En aquellos días, habló Esteban ante el sanedrín, diciendo: ¡Hombres rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por intermedio de los ángeles y no la cumplieron».
Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró. Saulo aprobó la muerte de Esteban. Ese mismo día, se desencadenó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los Apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría.
Sal 30
En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya.
Sé tú, Señor, mi fortaleza
y mi refugio,
la muralla que me salve.
Tú, que eres mi fortaleza
y mi defensa, por tu nombre,
dirígeme y guíame.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Aleluya.
En tus manos encomiendo
mi espíritu
y tú, mi Dios leal, me librarás.
En ti, Señor, deposito mi confianza
y tu misericordia me llenará
de alegría.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Aleluya.
Vuelve, Señor,
tus ojos a tu siervo
y sálvame, por tu misericordia;
cuídame, Señor, y escóndeme
junto a ti, lejos de las intrigas
de los hombres.
En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
Aleluya.
Jn 6, 30-35
En aquel tiempo, la gente le preguntó a Jesús: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo».
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Jn 6, 30-35
En aquel tiempo, la gente le preguntó a Jesús: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo».
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.