Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Jesucristo vino por el agua y por la sangre; no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre. Y el Espíritu da testimonio porque el Espíritu es la verdad. Son tres los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres están de acuerdo. Si damos fe al testimonio de los hombres, con mayor razón tenemos que aceptar el testimonio de Dios. Y Dios ha dado testimonio de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene en su corazón el testimonio de Dios. El que no cree a Dios lo hace pasar por mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y el testimonio es este: Dios nos dio la Vida eterna, y esa Vida está en su Hijo. El que está unido al Hijo, tiene la Vida; el que no lo está, no tiene la Vida. Les he escrito estas cosas, a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen la Vida eterna.
Sal 147
Demos gracias y alabemos al Señor.
Glorifica al Señor, Jerusalén,
a Dios ríndele honores, Israel.
El refuerza el cerrojo
de tus puertas
y bendice a tus hijos en tu casa.
Demos gracias y alabemos
al Señor.
El mantiene la paz
en tus fronteras,
con su trigo mejor
sacia tu hambre.
El envía a la tierra su mensaje
y su palabra corre velozmente.
Demos gracias y alabemos
al Señor.
Le muestra a Jacob
su pensamiento,
sus normas y designios a Israel.
No ha hecho nada igual
con ningún pueblo,
ni le ha confiado a otro
sus proyectos.
Demos gracias y alabemos
al Señor.
Lc 5, 12-16
En aquel tiempo: Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante la lepra desapareció. Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: «Ve a presentarte al sacerdote, y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.
Lc 5, 12-16
En aquel tiempo: Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante la lepra desapareció. Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: «Ve a presentarte al sacerdote, y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.