VIERNES 22

Ap 10, 8-11
Y la voz que había oído desde el cielo me habló nuevamente, diciéndome: «Ve a tomar el pequeño libro que tiene abierto en la mano el Ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra». Yo corrí hacia el Ángel y le rogué que me diera el pequeño libro, y él me respondió: «Toma y cómelo; será amargo para tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel». Yo tomé el pequeño libro de la mano del Ángel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago. Entonces se me dijo: «Es necesario que profetices nuevamente acerca de una multitud de pueblos, de naciones, de lenguas y de reyes».


Sal 118
Mi alegría es cumplir tus mandamientos. 
Más me gozo cumpliendo tus preceptos que teniendo riquezas. Tus mandamientos, Señor, son mi alegría, ellos son también mis consejeros. 
Mi alegría es cumplir tus mandamientos. 
Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulces al paladar son tus promesas! Más que la miel en la boca. 
Mi alegría es cumplir tus mandamientos. 
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hondamente suspiro, Señor, por guardar tus mandamientos. 
Mi alegría es cumplir tus mandamientos.


Lc 19, 45-48
En aquel tiempo, Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones».
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.