El día veintiuno del séptimo mes, la palabra del Señor llegó, por medio del profeta Ageo, en estos términos: Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Iehosadac, el Sumo Sacerdote, y al resto del pueblo: ¿Queda alguien entre ustedes que haya visto esta Casa en su antiguo esplendor? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿No es como nada ante sus ojos? ¡Ánimo, Zorobabel! –oráculo del Señor–. ¡Ánimo, Josué, hijo de Iehosadac, Sumo Sacerdote! ¡Ánimo, todo el pueblo del país! –oráculo del Señor–. ¡Manos a la obra! Porque yo estoy con ustedes –oráculo del Señor de los ejércitos– según el compromiso que contraje con ustedes cuando salieron de Egipto, y mi espíritu permanece en medio de ustedes. ¡No teman! Porque así habla el Señor de los ejércitos: Dentro de poco tiempo, yo haré estremecer el cielo y la tierra, el mar y el suelo firme. Haré estremecer a todas las naciones: entonces afluirán los tesoros de todas las naciones y llenaré de gloria esta Casa, dice el Señor de los ejércitos.
¡Son míos el oro y la plata! –oráculo del Señor de los ejércitos–. La gloria última de esta Casa será más grande que la primera, dice el Señor de los ejércitos, y en este lugar yo daré la paz –oráculo del Señor de los ejércitos–.
Sal 42
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío.”
Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa,
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío.”
Tú eres mi Dios y protector:
¿por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío.”
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío.”
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: “Salud de mi rostro, Dios mío.”
Lc 9, 18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».
Lc 9, 18-22
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».